28 enero 2011

El desastre del Challenger




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El 28 de enero de 1986, la NASA iba a poner en órbita el transbordador Challenger a las 11:38 am hora local. El artefacto explotó 73 segundos más tarde. La tragedia sacudió a un país que veía en directo cómo la nave espacial se desintegraba llevándose por delante la vida de los siete tripulantes, entre quienes destacaba la profesora Christa McAuliffe, la primera civil que viajaba al espacio.

Un cuarto de siglo después, los transbordadores de la NASA se encuentran al borde de la jubilación, y de momento sigue sin estar claro cómo serán las naves futuras con las que EEUU pretende relanzar su programa espacial para llegar a Marte.

El día anterior se habían cumplido 19 años desde que los tres astronautas del Apolo 1 murieran durante unas pruebas de lanzamiento, pero el accidente del Challenger fue el primero tras un despegue. La misión del transbordador hacía el vuelo número 25 de un transbordador espacial y debía haber durado siete días. Junto a la mala suerte del Apolo 1 se sumaron seis retrasos en el lanzamiento, que se terminó fijando para el 28 de enero, día en que fallecieron el comandante Francis Scobee, el copiloto Michael Smith, los especialistas de misión Judith Resnik, Ronald McNair, Ellison Onizuka y Gregory Jarvis, y la profesora Christa McAuliffe.



El accidente segundo a segundo.

Aunque en el momento del despegue los espectadores no se dieron cuenta, los expertos de la NASA explicarían luego que a los 0,678 segundos de despegar, ya se apreciaba en las imágenes una pequeña columna de humo gris oscuro cerca del cohete derecho: los anillos de sellado del tanque se estaban quemando cuando una junta tórica de su cohete impulsor (SRB) derecho falló en su función de estanqueidad.

Entre los segundos 0,836 y 2,5, aparecieron ocho columnas de humo más cada vez más negro, hasta que desaparecieron en el segundo 2,733 cuando la nave se impulsa. Al momento de la ignición el transbordador cabecea 1 m de lado a lado antes de impulsarse, con cada cabeceo escapa el humo negro. El combustible para cohetes estaba enriquecido con viruta de aluminio que le proporcionaba un mayor poder de empuje, probablemente la escoria de aluminio selló momentáneamente la fisura de la junta retrasando la catástrofe.

Las juntas fallaron debido principalmente a la sobrecompresión repetida durante el montaje y que las bajas temperaturas agravaron aún más. Esta anomalía fue advertida por los ingenieros de Morton Thiokol, los fabricantes de las partes del impulsor, se advirtió a la NASA, pero por presión de la misma NASA los ingenieros de Morton Thiokol cedieron y autorizaron el despegue.

El transbordador Challenger.


Cuando el Challenger llevaba 37 segundos en el aire se topó con un viento cortante que duró hasta los 64 segundos. El viento creó fuerzas fluctuantes sobre el transbordador a las que el aparato respondió de tal modo que su sistema de dirección fue el más activo hasta la fecha en una misión espacial. A los 58 s, el transbordador pasó a momento Q (inestabilidad) cuando cruzó por una fuerte corriente de viento, esto abrió nuevamente la junta. Esto hizo que una columna de fuego se escapase del SRB y quemase el tanque de combustible externo (ET). El hidrógeno líquido del tanque externo derramado comenzó a arder, cortando las abrazaderas que mantenían al SRB. El SRB se balanceó y golpeó el ala derecha del Challenger. Esto causó que el montaje completo virase bruscamente y el Transbordador quedó expuesto a fuerzas aerodinámicas incontroladas.

Durante este tiempo (en el segundo 58), apareció la primera llama coincidiendo con una diferencia de presión entre el cohete derecho y el izquierdo, lo que confirmaba que el sellado se había roto. En el 64,660, el fuego había alcanzado el tanque exterior del transbordador, que perdía hidrógeno.

Cuando empezaba el segundo 72, el desastre ya era del todo inevitable y en el 73,124 todos vieron una gran masa de vapor blanco que salía del tanque exterior. El transbordador entonces se vio envuelto en una gigantesca bola de fuego a los 73 s del despegue, desintegrándose casi en su totalidad, emergiendo la cabina intacta de la conflagración.

Tripulantes de la misión STS-51-L, la décima misión del transbordador Challenger.


Sobreviven a la explosión pero mueren al impactar contra el océano.

Los 7 tripulantes fallecieron al impactar la cabina de la nave contra el océano, tras una larga caída de casi tres minutos. Las circunstancias finales de su muerte se desconocen, la comisión investigadora del accidente determinó como ¨poco probable¨, el hecho de que alguno de ellos estuviese consciente al momento del impacto, aunque posteriormente salieron a la luz pública evidencias de que al menos cuatro de los miembros de la tripulación pudieron activar sus sistemas auxiliares de suministro de oxígeno, y que intentaron socorrerse mutuamente.

La cabina fue la única sección de la nave que logró sobrevivir a la terrible destrucción de la explosión, pero no pudo soportar el impacto final contra el océano, desintegrándose junto con sus ocupantes. El módulo de la cabina cayó desde una altura de 15.240 metros, produciéndose así el fatal desenlace. Los astronautas no disponían de paracaídas o equipo de eyección, tampoco tenían un entrenamiento específico para un caso como ese, circunstancias que originaron fuertes críticas a la NASA. La NASA había estimado las probabilidades de un accidente catastrófico durante el lanzamiento (el momento más peligroso del vuelo espacial) en una proporción de 1 a 438.

El Challenger envuelto en una gigantesca bola de fuego a los 73 s del despegue.


Al borde de la jubilación.

Aquel funesto día, el presidente Ronald Reagan dirigió a la nación estas palabras: "[Lo que ha ocurrido] es parte del proceso de explorar y descubrir. Forma parte de correr riesgos y expandir los horizontes del hombre. El futuro no es de los pusilánimes, pertenece a los valientes. La tripulación del Challenger nos estaba llevando hacia el futuro, y nosotros seguiremos su camino".

Pero la catástrofe del Challenger no fue la última tragedia del programa de los transbordadores. El 1 de febrero de 2003, el Columbia estalló cuando atravesaba la atmósfera al regreso de una misión que había durado 17 días. De nuevo, murieron siete astronautas. Sin embargo, a pesar de estos dos dramáticos accidentes, los 'shuttle' nunca dejaron de volar, y el próximo 24 de febrero está previsto el lanzamiento del Discovery, en la que será la penúltima misión de estas veteranas naves de la NASA antes de su jubilación definitiva.

Fuente: El Mundo


Quantum opina:

Este accidente, el más impactante del Programa del Transbordador Espacial, perjudicó seriamente la reputación de la NASA como agencia espacial y la propuesta de la participación de civiles, promulgada por Ronald Reagan y concretada con la maestra de primaria Christa McAuliffe echó por tierra todas las estructuras administrativas y de seguridad. La NASA suspendió temporalmente sus vuelos espaciales hasta 1988.

Diseño original de la junta tórica del cohete impulsor (SRB) que ocasionó el desastre del Challenger.


Cambios realizados a la junta tórica del cohete impulsor (SRB) después del desastre del Challenger.


Una investigación posterior concluyó una serie de errores cometidos:

* La aplicación de baja calidad de los sellos SBR (estireno-butadieno).
* Las temperaturas inusualmente bajas.
* La sobrecompresión repetida de los anillos O durante el montaje.
* La falta de inspección de Control de Calidad por parte de Morton Thiokol.
* La falta de sistemas de verificación por parte de la NASA.
* Subestimación de los ingenieros de Tyco a la posibilidad de accidente.
* Falta de voluntad de la Junta Revisora de Tyco por detener el despegue.
* Falta de un plan de aborto de despegue por descompresiones o anomalías.

Todos estos factores se encadenaron uno a uno y fueron las causantes del desastre. El Challenger fue reemplazado por el transbordador espacial Endeavour que voló por primera vez en 1992, seis años después del accidente.

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