Si hemos logrado calentar el planeta de forma no deliberada, ¿por qué no enfriarlo a propósito? Renunciemos ya al obsoleto sueño de un clima natural y tomemos por fin el mando del termostato. Hagamos geoingeniería. Dentro de las posibles opciones para hacerlo tenemos:
1. Abonar el plancton
Desde este mes, y durante diez semanas, estará en la Antártida el buque de casco negro Polarstern, cuyo objetivo es el de estudiar si haciendo proliferar el fitoplancton se logra absorber de la atmósfera cantidades importantes de dióxido de carbono. El fitoplancton, como cualquier planta, consigue su carbono del CO2 del aire en la fotosíntesis. ¿Cómo se estimula el crecimiento del plancton? Abonándolo. Por ello se lanzarán 20 toneladas de hierro en 2.500 kilómetros cuadrados de océano. Sin embargo no está claro si el carbono acaba donde quieren los investigadores, ya sea en el fondo del océano, en vez de ser reemitido a la atmósfera.
Desde este mes, y durante diez semanas, estará en la Antártida el buque de casco negro Polarstern, cuyo objetivo es el de estudiar si haciendo proliferar el fitoplancton se logra absorber de la atmósfera cantidades importantes de dióxido de carbono. El fitoplancton, como cualquier planta, consigue su carbono del CO2 del aire en la fotosíntesis. ¿Cómo se estimula el crecimiento del plancton? Abonándolo. Por ello se lanzarán 20 toneladas de hierro en 2.500 kilómetros cuadrados de océano. Sin embargo no está claro si el carbono acaba donde quieren los investigadores, ya sea en el fondo del océano, en vez de ser reemitido a la atmósfera.
2. Simular una erupción volcánica
La erupción del volcán Pinatubo, en Filipinas, en 1991 introdujo de golpe en la estratosfera 20 millones de toneladas de dióxido de azufre. Las partículas, entre otros efectos, evitaron que parte de la energía del Sol llegara a la Tierra y, como resultado, la temperatura media del planeta bajó ligeramente. Para Paul Crutzen y otros, esa erupción fue un experimento natural del que se puede aprender. La propuesta consiste en inyectar periódicamente en la estratosfera, preferentemente mediante globos, millones de toneladas de partículas de dióxido de azufre. Pero hay inconvenientes. El enfriamiento no sería regular -los trópicos se enfriarían más que los polos, justo donde más falta hace.
La erupción del volcán Pinatubo, en Filipinas, en 1991 introdujo de golpe en la estratosfera 20 millones de toneladas de dióxido de azufre. Las partículas, entre otros efectos, evitaron que parte de la energía del Sol llegara a la Tierra y, como resultado, la temperatura media del planeta bajó ligeramente. Para Paul Crutzen y otros, esa erupción fue un experimento natural del que se puede aprender. La propuesta consiste en inyectar periódicamente en la estratosfera, preferentemente mediante globos, millones de toneladas de partículas de dióxido de azufre. Pero hay inconvenientes. El enfriamiento no sería regular -los trópicos se enfriarían más que los polos, justo donde más falta hace.
3. Nubes más brillantes
La cantidad de luz solar que las nubes devuelven al espacio depende de la superficie de las gotas que forman la nube. Muchas gotas pequeñas ofrecen más superficie que pocas gotas grandes. Por eso, lo que proponen los británicos John Latham y Stephen Salter es regar las nubes con agua de mar para que acaben formándose innumerables gotitas en torno a los granos de sal. ¿Cómo hacerlo? Con una flota de varios miles de barcos fantasma surcando los mares constantemente: algo así como catamaranes no tripulados y guiados por satélite, equipados con altos cilindros giratorios que hacen las veces de velas y aspersores. Inconvenientes: su costo, nada barato, y que no se sabe realmente cuánto aumentaría la reflexión de las nubes.
4. Una macrosombrilla espacial
La propuesta tecnológicamente más sofisticada la lanzó el prestigioso astrofísico Roger Angel, de la Universidad de Arizona, hace dos años: colocar en el espacio, concretamente en un punto a 1,85 millones de kilómetros de la Tierra, nada menos que 16 billones (millones de millones) de finísimos discos de silicio que formarían una gigantesca sombrilla planetaria. Los discos se dispondrían en un enjambre que, desde esa distancia, daría sombra a toda la Tierra sin contaminar. Cada disco tendría un pequeño espejo que actuaría de vela solar; además, habría satélites pastoreando la nube.
No haría falta montajes en el espacio, ni ningún astronauta: los discos serían lanzados en paquetes, y una vez en su destino serían esparcidos automáticamente como los naipes de una baraja. Pero eso no elimina los obstáculos. Se tardaría casi un siglo en fabricar tantos discos, y Angel estima un costo de 5 billones (millones de millones) de dólares.
La propuesta tecnológicamente más sofisticada la lanzó el prestigioso astrofísico Roger Angel, de la Universidad de Arizona, hace dos años: colocar en el espacio, concretamente en un punto a 1,85 millones de kilómetros de la Tierra, nada menos que 16 billones (millones de millones) de finísimos discos de silicio que formarían una gigantesca sombrilla planetaria. Los discos se dispondrían en un enjambre que, desde esa distancia, daría sombra a toda la Tierra sin contaminar. Cada disco tendría un pequeño espejo que actuaría de vela solar; además, habría satélites pastoreando la nube.
No haría falta montajes en el espacio, ni ningún astronauta: los discos serían lanzados en paquetes, y una vez en su destino serían esparcidos automáticamente como los naipes de una baraja. Pero eso no elimina los obstáculos. Se tardaría casi un siglo en fabricar tantos discos, y Angel estima un costo de 5 billones (millones de millones) de dólares.
5. Secuestrar carbono
Capturar el dióxido de carbono que emite una única central y almacenarlo puede que no sea geoingeniería propiamente dicha. Pero hacerlo con todas las centrales del planeta sí que supone una transformación sustancial de la Tierra; según algunas estimaciones, habría que gestionar al menos tanto dióxido de carbono como petróleo se consume. ¿Dónde meterlo de forma segura, y con garantías de que no saldrá de nuevo? La petrolera noruega Statoil ha inyectado ya 10 millones de toneladas métricas de CO2 bajo el fondo del mar del Norte a lo largo de 12 años. Aun así, hay que buscar más opciones. Una es llenar con CO2 los yacimientos de petróleo ya agotados.
Capturar el dióxido de carbono que emite una única central y almacenarlo puede que no sea geoingeniería propiamente dicha. Pero hacerlo con todas las centrales del planeta sí que supone una transformación sustancial de la Tierra; según algunas estimaciones, habría que gestionar al menos tanto dióxido de carbono como petróleo se consume. ¿Dónde meterlo de forma segura, y con garantías de que no saldrá de nuevo? La petrolera noruega Statoil ha inyectado ya 10 millones de toneladas métricas de CO2 bajo el fondo del mar del Norte a lo largo de 12 años. Aun así, hay que buscar más opciones. Una es llenar con CO2 los yacimientos de petróleo ya agotados.
Frente al cambio climático, lo mejor es emitir menos dióxido de carbono. Pero cada vez son más los expertos que sugieren otras salidas al calentamiento. Mientras cuidemos de nuestro planeta como si fuese nuestro único hogar pues, por el momento, no tenemos un lugar cercano con iguales condiciones para ¨mudarnos¨y vivir en él.
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